Cuando pensamos en bulimia y anorexia, la imagen que tenemos en la cabeza es —casi siempre— la de una mujer de 1.70 cm de altura, 40 kilos y ni un gramo de grasa en el cuerpo. Cuando pensamos en bulimia vemos a un ser con los huesos salidos; la realidad es muy diferente. La bulimia, la anorexia, los desórdenes alimenticios, se pueden ver como alguien de 64 kilos, 1.62 cm de altura, grasa corporal, sana, social y con una sonrisa en la cara.
El hecho es que yo no era feliz.
El trauma, por definición, es insoportable e intolerable”.
Bessel van der Kolk
¿Cómo inició todo? Sé el momento exacto en el que mi cuerpo se rompió por primera vez. Yo tenía apenas 15 años y la presión social de tener una “figura femenina” me empezó a atormentar. El resto de la historia es un va y viene entre meses de recuperación y meses metida en el baño después de cada comida. Durante este periodo, sobra decir, sufrí desmayos y grandes pérdidas de peso. El problema era que cada gramo que bajaba lo subía, y mi mejor amiga —la báscula— no me dejaba de mal aconsejar.
Mi desorden no es igual que el de otros y con eso no quiero decir que soy única. Quiero decir que cada trastorno es muy complejo; a veces son casi invisibles, se ocultan en nuestro día a día en forma de restricciones (negarte a comer ciertos alimentos que disfrutas al etiquetarlos como malos), atracones eventuales, etiquetar la comida como buena y mala, ejercitarte de más para “quemar” las calorías que ingeriste o insultar tu cuerpo por ser como es. Para superar un TCA (trastorno de la conducta alimentaria) no hay una fórmula exacta, es por ello que el camino es complejo.
¿Si no podemos reconocerlo o curarlo por completo nunca saldremos de eso? ¿Cómo? En todos lados está la tormenta de contenido sobre “ser sano, adoptar un nuevo estilo de vida, ser fitness, ser body positive, ser anti gordofóbico y ser feliz”. Ámate, ámate, ámate, ámate. ¡Ámate, carajo! Incluso cuando no te ves como los influencers del body postive ni como las personas fit. “¿Cómo me amo si mi cuerpo, si lo que amo comer, si mis desórdenes no se ven como ninguno de ustedes?”. Peor aún: “¿Por qué yo veo un cuerpo en el espejo que no es digno de amor?”. Había un problema. Uno grave. Tenía mi cara y mi cuerpo secuestrados en una constante repetición de insultos.
Así viví por cuatro años; en el sube y baja de la bulimia, la anorexia y la recuperación. Lo ocultaba pesando lo mismo, castigando mi cuerpo por comer, insultándome por tener antojos, comiendo de más cuando podía porque no sabía cuándo iba a tener eso de nuevo.
El inicio del final siempre es agridulce. Es como llegar a las últimas hojas del libro que estás amando. ¿Qué vas a hacer cuando lo acabes?
Necesitaba sentir eso con lo estaba pasando. Quería iniciar por aceptar que tenía un problema, uno grave, pero cada vez que quería admitir que podía estar mal mi relación con la comida y mi cuerpo, algo mejoraba.
Por dos años sonreí, de verdad mejoré. Encontré el amor en mi familia, en mis mejores amigos. 2018 y 2019 fueron años complicados y el 2020 estaba cada vez mejor, entonces cayó una pandemia, y con ella mi reconocimiento del amor. No el amor romántico, como el de las películas o los libros; el amor que me llegó sonaba a la risa de mis mejores amigos, se sentía como el abrazo de mi mamá, se escuchaba como la voz de mi sobrino, olía al perfume de mis hermanas en la sala antes de partir a sus trabajos. Ellos me amaban, incluso cuando yo no podía. ¿Merecía eso? Sí, incondicionalmente. Quise mejorar, lo intenté, bajé la guardia y volví a comer.
Enero, febrero… marzo de 2021, 63 kilos, fotografías, espejos, pesadillas de mi cuerpo roto y entonces un día, sin mucho aviso, el zumbido en mis oídos que me avisaba de un desmayo por falta de comida volvió. Eso se oculta, pero lo que le siguió no. Había estado tan desesperada por sacar todo alimento de mi cuerpo que el esfuerzo hizo que las venas de mis párpados y al rededor de mis ojos se reventaran. No había cómo ocultarlo esta vez. Iba a salir del baño con la cara hinchada por la sangre en mi cabeza debido a la posición prolongada de vomitar y las venas marcadas.
Mi reflejo fue difícil de mirar. Ya no podía más. Había logrado ocultar —más o menos con éxito— mis desórdenes de mi familia y amigos. Los sangrados de nariz, el sabor a sangre en la boca, las continuas idas al baño, todo lo había justificado con maestría, pero mi máscara estaba arruinada y pedí ayuda.
Pedí ayuda, admití el problema, decidí cambiar. Decidí vivir. Ese fue el inicio de un muy largo camino, pánico social, lecturas de psicología, trauma, nuevos descubrimientos y de al fin reconectarme con la comida.
Las lecturas y las pláticas sobre los traumas apenas iniciaban. Ya había decidido que mi futuro estaría en el extranjero y mi recuperación se entrelazó con las clases de otro idioma. Mis maestros me enseñaban con canciones: conocí Zero O’clock y lloré con el peso del dolor acumulado por casi cuatro años. Al fin mi alma pesaba un poco menos.
Prepara tu comida, come despacio, deja el celular, mastica bien, toma agua. Se consciente de cada bocado.
Prepara tu comida, come despacio, deja el celular, mastica bien, toma agua. Se consciente de cada bocado.
Prepara tu comida, come despacio, deja el celular, mastica bien, toma agua. Se consciente de cada bocado.
Esa rutina de repitió tres veces al día por siete meses. ¿Funcionó? Sí, pero mi camino puede no ser el tuyo, mis métodos tardaron en llegar y requirieron de guías, información y mucha paciencia; cada día esto se volvió algo más fácil y natural. Volví a comer sin miedo y muy despacio me atreví a comer en un restaurante. El día que comí un mochi, lloré. La confianza regresó. Moví mi cuerpo todos los días hasta que al fin bailé sola, como loca. Como loca en mí misma, en mi alma encontrando su cuerpo y perdonándolo.
Llevo siete meses mejor, comiendo, queriendo y sanando. No es fácil, no todos los días quiero esforzarme, no todos los días amo mi reflejo, pero mucho ha cambiado, por suerte. Mi recuperación sigue activa; durará toda una vida. Hoy sé que ese es el trabajo más divertido, complejo y bello que haré. Hoy escuchar o leer la frase “¿ya comiste?” no es tormento… al fin se ha convertido en una de las muestras de amor que recibo y doy. Así que, querido lector, espero que hayas comido, estés viviendo, bailando, corriendo y seas tan amado como yo.
Atentamente: los 22, 000 casos de trastornos alimenticios de diferentes tipos en México (entre los cuales las mujeres son más afectadas en una escala de nueve a uno).
Cifras obtenidas de La verdad.