Los motivos por los que emprendemos

6:00 a.m. Suena el primer estruendo infernal. Los ojos cerrados y el cuerpo cortado: no es más que una masa inerte. 6:15 a.m. Segundo aullido del averno. Un párpado, como si supiera lo que se avecina, lucha para abrirse. 6:30 a.m. Tercer lamento lúgubre. El cuerpo sin nombre, sólo con número, 1018, se levanta desorientado, agotado, confundido.

No se pregunta la hora, siempre es la misma. ¿Pero el día, el mes? Imposible saber. Ya hay ruido: motores, voces incorpóreas, aves rapaces, metal crujiendo.

6:45 a.m. Sube las frías escaleras y entra a la cocina para consumir las raciones del día: café y un poco de pan, no hay tiempo para más. “Voy tarde”, le susurra al aire. No hay nadie que lo escuche. Sale de su cuartel privado con la misma prisa de siempre. 7:20 a.m. Los demás números ya esperan el transporte, aún no ha llegado; pequeña fortuna que será lo mejor de su día.

8:15 a.m. Los números, en perfecta sincronía, descienden del transporte. 1018 es el último y el primero en comenzar su marcha. Un kilómetro, dos kilómetros, quizá tres. Ni siquiera él lo tiene claro, bien podrían ser 100. 8:29. Con un minuto de sobra, y una minúscula sonrisa, llega a su puesto, el mismo de todos los días, seguido de los demás.

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9:30 a.m. Llega el oficial al mando a preguntar por todos los números. Falta uno. Los demás se observan unos a otros y sin decir nada se dicen todo lo que está por pasarle a ese número perdido. “Cuello, la horca, hasta aquí llegó, fue un gusto, me caía bien”, piensan los números en colectivo.

10:30 a.m. Continúa el turno como todos los días: el trabajo de diez lo hace uno solo. Se necesitarían 100 números ahí para que el proceso fuera eficiente y no son más de 30. Sigue la mañana, sigue la rutina, sigue el mismo día.

12:43 p.m. El jefe de sección se acerca al puesto de 1018. Grita alaridos ininteligibles.

12:56 p.m. Los gritos comienzan a asemejarse a palabras: reporte, errores, falla, incompetencia, recorte.

2:00 p.m. Segunda ración del día, la fila de la cafetería se mueve tan monótonamente como lo ha hecho por los últimos sabrá Dios cuántos años.

3:00 p.m. 1018 se incorpora de vuelta en su puesto después de fumar el cigarro obligado después de la comida.

4:34 p.m. Trabajo.

5:15 p.m. Trabajo.

5:58 p.m. Trabajo.

6:27 p.m. Trabajo.

7:13 p.m. Trabajo.

7:30 p.m. Fin del turno. Se levanta de su puesto cual poseído para dirigirse a toda velocidad al transporte.

8:07 p.m. De vuelta en el cuartel privado. 1018 observa la pila de libros y películas que planea ver desde hace meses, o quizá años, y acerca la mano para tomar uno, pero se arrepiente de inmediato.

10:26 p.m. Después de las raciones nocturnas y un baño, 1018 yace acostado. Exhausto, con ganas de hacer todo, pero al mismo tiempo nada, molesto, triste, ni siquiera él sabría describir cómo se siente.

11:21 p.m. Su mente comienza a dormirse; cada vez su letargo es más profundo, al igual que su terror. “Una vez más…”, piensa el instante antes de caer dormido.

6:00 a.m. Suena el primer estruendo infernal…

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